"Volver a marchar entre las filas de la agridulce cotidianeidad después del desborde emocional es como estar en rehabilitación", escribe en su libreta mientras viaja en el asiento trasero del auto. Mira por la ventana y sigue: "la familia y los buenos amigos son esenciales, mientras que la mala junta (causante parcial o total del desborde, qué más da) es inaceptable".
Este domingo es el más raro que vivió en mucho tiempo. No tiene demasiadas fuerzas. Le pesan los párpados a pesar de que durmió más que de costumbre. Porta una mirada triste y todo la enternece. Todo le cala profundo, la ablanda: la imagen del sol pegando sobre el pasto, la cara del niño que le pide "algo para comer", el agua de la fuente que cae incesante.
Mientras camina por esa ciudad en la que ya estuvo pero de la que poco recuerda, se siente una niña indefensa. Toma a su madre del brazo. Avanzan silenciosas y pensativas, con paso firme y expresión despreocupada, a la par. En ese instante, Ella piensa en su progenitora como en su escudo. Se enternece. Algunas veces y, aunque no lo exprese, la abraza fuerte intentando de esa manera hacerse chiquitita y volver al vientre que la engendró. Quiere estar en otro lugar, uno más seguro. Quiere flotar. Vivir levemente y sin mayores preocupaciones dentro de un útero protector eterno.
Continúa avanzando junto a su madre. Ahora piensa en los malditos escritores y filósofos que tanto profesaron el amor ("¡Qué hombre iluso fue Aristófanes!", exclama para sus adentros). Se siente engañada por todos ellos. Y por las películas. Las de Hollywood y las otras también... en realidad, se siente engañada por cualquier cosa que trate de amores fáciles, lindos, sinceros, sin tapujos, con besos bajo la lluvia y sexo apasionado, encuentros desesperados con abrazos apretados hasta la falta de aire. Odia haber creído que eso era el amor. Que sólo eso lo era. Se siente tonta. Ingenua.
Hoy sabe con certeza que el desamor es parte del amor. Su última parte. También sabe que la obsesión es la consecuencia del amor ciego y desesperado. Que la obsesión produce el desamor. Hoy siente al rencor, la bronca, el enojo como consecuencias lógicas del amor o, mejor dicho, de esa última fase del amor: el desamor. Odia el amor y, sin embargo, en su interior crece -paso a paso- el ferviente deseo de volver a sentirlo.
Este domingo es el más raro que vivió en mucho tiempo. No tiene demasiadas fuerzas. Le pesan los párpados a pesar de que durmió más que de costumbre. Porta una mirada triste y todo la enternece. Todo le cala profundo, la ablanda: la imagen del sol pegando sobre el pasto, la cara del niño que le pide "algo para comer", el agua de la fuente que cae incesante.
Mientras camina por esa ciudad en la que ya estuvo pero de la que poco recuerda, se siente una niña indefensa. Toma a su madre del brazo. Avanzan silenciosas y pensativas, con paso firme y expresión despreocupada, a la par. En ese instante, Ella piensa en su progenitora como en su escudo. Se enternece. Algunas veces y, aunque no lo exprese, la abraza fuerte intentando de esa manera hacerse chiquitita y volver al vientre que la engendró. Quiere estar en otro lugar, uno más seguro. Quiere flotar. Vivir levemente y sin mayores preocupaciones dentro de un útero protector eterno.
Continúa avanzando junto a su madre. Ahora piensa en los malditos escritores y filósofos que tanto profesaron el amor ("¡Qué hombre iluso fue Aristófanes!", exclama para sus adentros). Se siente engañada por todos ellos. Y por las películas. Las de Hollywood y las otras también... en realidad, se siente engañada por cualquier cosa que trate de amores fáciles, lindos, sinceros, sin tapujos, con besos bajo la lluvia y sexo apasionado, encuentros desesperados con abrazos apretados hasta la falta de aire. Odia haber creído que eso era el amor. Que sólo eso lo era. Se siente tonta. Ingenua.
Hoy sabe con certeza que el desamor es parte del amor. Su última parte. También sabe que la obsesión es la consecuencia del amor ciego y desesperado. Que la obsesión produce el desamor. Hoy siente al rencor, la bronca, el enojo como consecuencias lógicas del amor o, mejor dicho, de esa última fase del amor: el desamor. Odia el amor y, sin embargo, en su interior crece -paso a paso- el ferviente deseo de volver a sentirlo.