Dedicado a Marina Kogan (1982-2011): te recuerdo con cariño, respeto, admiración y, sobre todo, un eterno agradecimiento.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Por Victoria Masariche y Pilar Ruarte

jueves, 13 de mayo de 2010

Es un día de verano soleado. Son las tres de la tarde. El aire que se respira en el patio de la abuela Dora es cálido y corre una leve brisa veraniega, clima típico de la siesta rojense.
Estás en esa esquina del patio que siempre te gustó más que cualquier otro lugar de la casa. Tenés puesto un enterito floreado sin remera abajo, algo bastante lógico teniendo en cuenta que rondás los cuatro años y no sufrís aún esos pudores que en la adolescencia te atormentarán. Apoyás tus brazos en el banco que está en la esquina del patio, al lado del cantero, y te arrodillás en el piso de piedritas. Es empedrado pero suave y está tibio. Ahí cocinás las tortas de barro, flores y hojas; mirando con muchísima concentración a través de tus rulos que cuelgan, ni muy cortos ni muy largos.
Estás tan concentrada en la fabricación de las tortitas de barro que ni percibís a la abuela atravesar el patio en dirección al quincho. De repente, escuchás un ruido seco y repentino, mirás hacia la derecha y la ves abriendo la ventana verde que, si bien siempre estuvo en la pared del cantero, nunca viste. Te sonríe como disculpándose por haberte asustado.  

miércoles, 5 de mayo de 2010

Cuando veo esta foto quiero irme. O volver. O al menos terminar con algunas cosas antes de empezar con otras. O tener más tiempo. Aflojar la presión, esa sensación de tener el agua al cuello. No la soporto.
Si algo me caracteriza bien es la frase “tengo poca tolerancia al dolor”. Y, en algún punto, la presión es dolor. A mí, al menos, me termina afectando siempre físicamente y produciendo dolencias corporales. Es parte de mi forma de ser: si hago algo, no lo hago a la mitad. Si me estoy manejando mal, me manejo bien como el culo, hasta agarrarme una gripe galopante que me deje en cama tres días.
Ahora, un poquito más alejada de la situación, veo todo con claridad: dejé todo para último momento. Lo peor es que no creo ser esa clase de persona que rige su vida perezosamente. Soy una mujer apasionada, cuando me gusta algo lo hago con muchísimas ganas, pongo todo, y termino agotada pero feliz. Aparte me es inconcebible pensar a la pereza y la pasión juntas. No creo que puedan ir de ninguna forma de la mano (¿o sí?)
En realidad, si vuelvo a mirar esta foto, me doy cuenta de que tengo que aflojar. A veces soy demasiado estricta conmigo misma. Y lo cierto es que no da matarse hasta diciembre, que llegan las vacaciones. Mejor vivir con calma desde marzo, ¿no? En definitiva somos seres de cambios y adaptaciones constantes (sino seríamos pedazos de madera, objetos inertes o al menos sujetos extremadamente rígidos) y a veces se dificulta ceñirse a un solo modo de ver, vivir o sentir las cosas.