Y sus cinco minutos de recreo se habían pasado viendo cómo una niñita iba y les preguntaba a las chicas que giraban en ronda tomadas de la mano cantando, si podía jugar con ellas. Y ellas le decían que no, sin siquiera dirigirle la palabra, luego de una mirada cómplice. Y esa niñita, que ya no quería jugar con esas chicas, iba y se sentaba en la única esquina del patio que sí le correspondía y de la que nunca tendría que haberse ido; y así se le pasaba el recreo.
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