Dedicado a Marina Kogan (1982-2011): te recuerdo con cariño, respeto, admiración y, sobre todo, un eterno agradecimiento.

lunes, 14 de febrero de 2011


Teco camina. El viento que le pega de frente le hace difícil avanzar. A veces le gustaría simplemente dejarse llevar por la brisa enfurecida. “No debe ser tan complicado, dado mi contextura física” piensa para sus adentros.

El frío congelado penetra su tapado, su remera, su piel y se cuela en su sangre, expandiéndose a lo largo de su espigado cuerpo como un cáncer invasor. Piensa que ese frío que siente, poco tiene que ver con cuestiones climáticas. Esa sensación lo acompaña y le hiela los huesos, está presente incluso los días más calurosos. La peor parte es que conoce qué le produce eso: sabe con precisión cuándo empezó y sabe cómo detenerlo. Lo que no sabe es cuándo lo hará.

Se para frente a la puerta del Ministerio de Educación. No quiere entrar. Se apoya en la pared y saca de uno de los bolsillos de su tapado un atado de cigarrillos. Toma uno, se lo lleva a la boca y lo prende. Frota sus manos, blancas como la leche, por unos segundos: trata de entrar en calor. Sin éxito, decide meterlas en los bolsillos. Recuerda los guantes de cuero que vio hace poco en el local del viejo Vendero. Los quiere.

Fuma y trata de evadir el malestar que lo invade. Piensa en sus amigos, Isabella y Marcio. En su tan querido piano de cola (lo único que no había querido vender su madre a pesar de los problemas económicos). Piensa en ella, Gloria, cuando estaba con su padre y era una señora bien, siempre maquillada y con olor a perfume caro. La recuerda como está ahora, venida a menos, sepultada en deudas, sin energías. Marchita. Inmediatamente, y como una catarata incontenible, se le viene a la mente el piso de vieja madera crujiente de su casa, ese que deberían haber cambiado hace rato. Las enormes cortinas de terciopelo, llenas de polvo. El hogar a leña. La enorme sala y la enorme ausencia que se percibe al entrar.

Mira el cigarro, casi consumido. “Es que eso pasa” piensa con tristeza, “las cosas se consumen sin que uno se de cuenta”.

Son las nueve y cincuenta y ocho. Decide entrar al edificio. Toma el ascensor hasta el tercer piso. Baja y toca timbre frente a la puerta de vidrio. Sara le abre y, al verlo dice: – Buen día, Teco. Esperá, que te pago ahora. Me parece que hubo aumento de sueldo para algunos…– Sonríe levemente. Mira para abajo, abre el primer cajón de su escritorio y saca un sobre blanco, abultado con la inscripción “Teco” en lápiz.

–Tomá…– Lo apoya en la mesa.

A Teco se le viene a la mente el día en que le dieron su primer pago. En ese entonces pensaba que era posible jugar el juego sin ensuciarse. De hecho, ni sabía que existía la posibilidad de ensuciarse. Agarra el sobre de un manotazo y se dirige al baño, apresurado. Entra. Se pasa ambas manos por la cara. Inhala profundamente. Mientras exhala se mira al espejo. Algo no está bien. Piensa en el señor Gram. En el sobre de plata sucia que tiene en su bolsillo. En las coimas. En los pagos que él se encarga de cerrar por teléfono y concretar personalmente para Gram. Empieza a pensar que, capaz, el nivel de corrupción tolerable por su persona había sido superado con el nuevo contrato. Ese que firmó ayer.

Trata de acordarse cómo empezó todo esto. Cuando su madre le dijo que no debía preocuparse por los problemas económicos él tenía dieciséis años y, a pesar de que lo necesitaban, ella mintió diciendo que llevaba bien la situación. Se acuerda de que él decidió ignorarla y  pedirle trabajo al señor Gram, quien lo contrató de un día para el otro como su asistente. Se siente un idiota, por haber sido tan ingenuo, haber pensado que todo sería fácil. Ameno. Feliz. Recuerda la ilusión de los primeros meses de trabajo, su tonto pensamiento de que “la política puede cambiar el mundo”.

“El error” piensa Teco “no está en pensar que la buena gente hace buenas cosas, eso es verdad, sino en a quién se considera buena gente”. Gram era, en ese entonces para él, buena gente. Él se consideraba también a sí mismo, allá a lo lejos, buena gente. Recuerda su cara poniéndose el traje, sus nervios, sus ganas de crecer. Qué idiota.

En eso se abre la puerta. Gram entra al baño y le dice: – ¡Pero muchacho! A usted lo andaba buscando… tengo unas cuentitas que necesito que me liquide y, como siempre, que efectúe los pagos, claro. – A lo que Teco contestó: – Si no supiera que es ministro de educación, pensaría que es todo un bancario, señor Gram… me estaba por lavar las manos. Termino y liquidamos los pagos.

Los pensamientos de Teco se desvanecen con la entrada del ministro. El joven decide, una vez más, poner piloto automático y dar comienzo a su jornada laboral. Hay mucho por hacer.

martes, 18 de enero de 2011


Tengo la necesidad de compartir este mail que te mandé el 14 de enero. Espero que lo hayas leído. No tengo la certeza de que así haya sido, ya que nunca recibí respuesta, probablemente ya estuvieras internada desde entonces. Pienso que si no lo leíste, esta es la oportunidad de que lo veas desde el cielo.

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Hola Marina, cómo andás? Espero que bien. Tengo que confesarte que mi
mail se va a centrar fundamentalmente en esa pregunta inicial, ya que
el único motivo por el que te escribo es saber cómo te encontrás de
salud.

Espero que los problemas hayan disminuido o, aún mejor, que ya te
hayan dado el alta!

Quizás sea raro para vos mi interés, pero sos una persona que me marcó
y a la que admiro, por eso de veras me interesa saber cómo te
encontrás.
Espero no sonar pesada ni stalker (qué horrible!!!), pero decidí
escribirte porque cada tanto entro a tu twitter, y en esta ocasión no
vi nada muy nuevo y me entró la duda (igual capaz sí haya tweets
frescos pero como no sé usar este aparatito muy bien, me aparece
último lo que me contestaste de tokio blues!)

Sea como sea, quise saber cómo estás.

Te mando un saludo! Y espero que puedas disfrutar a pleno del calor,
los helados de palito, los licuados, andar en bici, una buena lectura
bajo la sombra de un árbol o lo que te haga pasar felizmente esta
época del año!

martes, 19 de octubre de 2010

   PH yo.y.mi: http://www.facebook.com/pages/yoymi/154372314595615
"Si no te comen los de afuera, te comen los de adentro" fue el puntapié inicial de un viaje al que nos subimos sólo con pasaje de ida.

martes, 21 de septiembre de 2010

Querido Lennart:


Es raro escribirte. Retomar contacto después de tanto. Tanto tiempo, tantas cosas, tanta distancia…

A pesar de que todo terminó muy mal, quiero decirte que me importás. Muchísimo. Y que te extraño. Que siempre te extrañé. Incluso cuando estabas acá, al lado mío, porque igual estabas ausente, como deseando estar en otro lado. No estabas.

Desde el día uno, cuando llegaste con tu valija de cuero gastado que nunca quisiste tirar (ahora me doy cuenta por qué), supe que no pertenecías acá, conmigo. Que no me pertenecías. Y si nunca lo mencioné fue por miedo a perderte. Qué idiota. Hay veces en las que el final es inminente, inevitable. Realmente no importaba si era un poco antes o un poco después, ¿no? De esto me doy cuenta hoy, ahora, mientras te escribo.

De cualquier manera eso ya es historia pasada. Ni sé para qué lo escribí. Podría borrarlo. Y borrar todo esto. Todo lo que estoy escribiendo en alusión a lo de más arriba pero... no. Quiero que lo leas. Y que te enteres de que, a pesar de todo, hoy recuerdo lo nuestro como algo hermoso y feliz. Algo único. Algo que me hizo crecer. Y me hizo conocer el dolor. Me hizo sentir sola. Sola mientras tenía a alguien al lado. Sola desolada. Abandonada. Pero con alguien al lado. La sensación de pedirle más a alguien que no puede darte más. Ni quiere. Ni te va a dar más. Porque, a la larga, sólo le importa su bienestar. Su satisfacción. Su persona. Y nada más.

Es raro escribirte. Retomar contacto después de tanto. Tanto tiempo. Tanto dolor. Tanta distancia. Tanta mierda. Toda la mierda que me hiciste pasar. Y lo peor es que de tanto en tanto vuelvo a decidir abrir mi corazón y escribirte unas líneas. Revolver la herida. Siempre termino quedando como el más patético de los seres sobre la faz de la tierra. Patética y resentida. Pero, ¿sabés qué? Esta vez te voy a mandar la carta. Sí, te la mando. Y sin releerla porque sino me arrepiento.



Julia



P.D.: Espero que andes bien. Vos también. Un beso.

sábado, 14 de agosto de 2010

Y sus cinco minutos de recreo se habían pasado viendo cómo una niñita iba y les preguntaba a las chicas que giraban en ronda tomadas de la mano cantando, si podía jugar con ellas. Y ellas le decían que no, sin siquiera dirigirle la palabra, luego de una mirada cómplice. Y esa niñita, que ya no quería jugar con esas chicas, iba y se sentaba en la única esquina del patio que sí le correspondía y de la que nunca tendría que haberse ido; y así se le pasaba el recreo.

viernes, 25 de junio de 2010

No sabe por qué pero recuerda perfecto la sensación de libertad y felicidad que sintió ese día, caminando por la Markstätte, en Konstanz. Quizás estuviera yendo a la perfumería a la que iba siempre a pasar horas oliendo y probándose perfumes, o tal vez, a esos puestitos de Todo Por Un Euro.
Lo que nunca podrá borrar de su mente es esa caminata, por la calle principal. Ese día que dejó de sentirse subordinada a las decisiones de su compañera de intercambio, la tirana Leonie, y salió por su cuenta tras lo que, con el tiempo, se definiría como su primer pelea.
La Markstätte era majestuosa, pocas veces en su vida había visto algo así. Hoy, piensa que poco tenían que ver los dieciséis años que tenía en ese entonces; sabe que si viajara de nuevo, la sensación de asombro frente a la majestuosa peatonal sería la misma. Era una calle anchísima y de adoquines grises. Eran ásperos. Nunca los tocó pero su memoria jura que así eran.
El viento, seco y helado, le rozaba la cara como finas navajitas que le producían un leve dolor, a medida que avanzaba a paso agigantado. Capaz sus pasos no fueran tan grandes como los recordaba, pero se sentía enorme, expansiva, independiente. Por fin se encontraba cómoda. Quería reír, llorar, correr y gritar. La mezcla de sensaciones dentro suyo era una combinación explosiva.
Pronto se dio cuenta de que lo que le molestaba y no la hacía sentir plena, no era el país o el famoso “heilweh” (algo así como “el extrañar” a su familia, amigos y país), sino su “hermana alemana”. Hasta el término “hermana alemana” la incomodaba.
Para el momento en el que terminaba de cerrar esta idea, vio el cartel de Meyer. Había llegado a la farmacia. Su jornada de tiempo a solas consigo misma estaba por comenzar. Ésos eran sus momentos de plenitud. Pequeños y vacíos pero suyos.

sábado, 5 de junio de 2010

Hoy quiero improvisar. Escribir en base a la nada y al todo mismo. Hablar de aire, la escencia, el calor.
Mi conversación con Jorge fue interesante y amena, descubrí que es un tipo loco, osado y profundo a la vez y que Manuel, con sus dieciocho años, tira frases y pensamientos conmovedores y sorpresivos a borbotones, que me hacen ver que no importa a qué colegio fuiste, qué aprendiste ni cuándo, sino cómo lo hiciste. En definitiva el cómo es la mágica herramienta.
Al despedir a Jorge me llama la atención lo mutante, los cambios. Quiero saber por qué la gente saludaba con MUAK en 1999 y con BESOTE en 2010 y descubrir por qué tanta gente ve showmatch los jueves a las veintidós.
Todo concluye en  una conversación en la que Manuel me dice que creamos a cada segundo.