Dedicado a Marina Kogan (1982-2011): te recuerdo con cariño, respeto, admiración y, sobre todo, un eterno agradecimiento.

sábado, 14 de agosto de 2010

Y sus cinco minutos de recreo se habían pasado viendo cómo una niñita iba y les preguntaba a las chicas que giraban en ronda tomadas de la mano cantando, si podía jugar con ellas. Y ellas le decían que no, sin siquiera dirigirle la palabra, luego de una mirada cómplice. Y esa niñita, que ya no quería jugar con esas chicas, iba y se sentaba en la única esquina del patio que sí le correspondía y de la que nunca tendría que haberse ido; y así se le pasaba el recreo.

viernes, 25 de junio de 2010

No sabe por qué pero recuerda perfecto la sensación de libertad y felicidad que sintió ese día, caminando por la Markstätte, en Konstanz. Quizás estuviera yendo a la perfumería a la que iba siempre a pasar horas oliendo y probándose perfumes, o tal vez, a esos puestitos de Todo Por Un Euro.
Lo que nunca podrá borrar de su mente es esa caminata, por la calle principal. Ese día que dejó de sentirse subordinada a las decisiones de su compañera de intercambio, la tirana Leonie, y salió por su cuenta tras lo que, con el tiempo, se definiría como su primer pelea.
La Markstätte era majestuosa, pocas veces en su vida había visto algo así. Hoy, piensa que poco tenían que ver los dieciséis años que tenía en ese entonces; sabe que si viajara de nuevo, la sensación de asombro frente a la majestuosa peatonal sería la misma. Era una calle anchísima y de adoquines grises. Eran ásperos. Nunca los tocó pero su memoria jura que así eran.
El viento, seco y helado, le rozaba la cara como finas navajitas que le producían un leve dolor, a medida que avanzaba a paso agigantado. Capaz sus pasos no fueran tan grandes como los recordaba, pero se sentía enorme, expansiva, independiente. Por fin se encontraba cómoda. Quería reír, llorar, correr y gritar. La mezcla de sensaciones dentro suyo era una combinación explosiva.
Pronto se dio cuenta de que lo que le molestaba y no la hacía sentir plena, no era el país o el famoso “heilweh” (algo así como “el extrañar” a su familia, amigos y país), sino su “hermana alemana”. Hasta el término “hermana alemana” la incomodaba.
Para el momento en el que terminaba de cerrar esta idea, vio el cartel de Meyer. Había llegado a la farmacia. Su jornada de tiempo a solas consigo misma estaba por comenzar. Ésos eran sus momentos de plenitud. Pequeños y vacíos pero suyos.

sábado, 5 de junio de 2010

Hoy quiero improvisar. Escribir en base a la nada y al todo mismo. Hablar de aire, la escencia, el calor.
Mi conversación con Jorge fue interesante y amena, descubrí que es un tipo loco, osado y profundo a la vez y que Manuel, con sus dieciocho años, tira frases y pensamientos conmovedores y sorpresivos a borbotones, que me hacen ver que no importa a qué colegio fuiste, qué aprendiste ni cuándo, sino cómo lo hiciste. En definitiva el cómo es la mágica herramienta.
Al despedir a Jorge me llama la atención lo mutante, los cambios. Quiero saber por qué la gente saludaba con MUAK en 1999 y con BESOTE en 2010 y descubrir por qué tanta gente ve showmatch los jueves a las veintidós.
Todo concluye en  una conversación en la que Manuel me dice que creamos a cada segundo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Por Victoria Masariche y Pilar Ruarte

jueves, 13 de mayo de 2010

Es un día de verano soleado. Son las tres de la tarde. El aire que se respira en el patio de la abuela Dora es cálido y corre una leve brisa veraniega, clima típico de la siesta rojense.
Estás en esa esquina del patio que siempre te gustó más que cualquier otro lugar de la casa. Tenés puesto un enterito floreado sin remera abajo, algo bastante lógico teniendo en cuenta que rondás los cuatro años y no sufrís aún esos pudores que en la adolescencia te atormentarán. Apoyás tus brazos en el banco que está en la esquina del patio, al lado del cantero, y te arrodillás en el piso de piedritas. Es empedrado pero suave y está tibio. Ahí cocinás las tortas de barro, flores y hojas; mirando con muchísima concentración a través de tus rulos que cuelgan, ni muy cortos ni muy largos.
Estás tan concentrada en la fabricación de las tortitas de barro que ni percibís a la abuela atravesar el patio en dirección al quincho. De repente, escuchás un ruido seco y repentino, mirás hacia la derecha y la ves abriendo la ventana verde que, si bien siempre estuvo en la pared del cantero, nunca viste. Te sonríe como disculpándose por haberte asustado.  

miércoles, 5 de mayo de 2010

Cuando veo esta foto quiero irme. O volver. O al menos terminar con algunas cosas antes de empezar con otras. O tener más tiempo. Aflojar la presión, esa sensación de tener el agua al cuello. No la soporto.
Si algo me caracteriza bien es la frase “tengo poca tolerancia al dolor”. Y, en algún punto, la presión es dolor. A mí, al menos, me termina afectando siempre físicamente y produciendo dolencias corporales. Es parte de mi forma de ser: si hago algo, no lo hago a la mitad. Si me estoy manejando mal, me manejo bien como el culo, hasta agarrarme una gripe galopante que me deje en cama tres días.
Ahora, un poquito más alejada de la situación, veo todo con claridad: dejé todo para último momento. Lo peor es que no creo ser esa clase de persona que rige su vida perezosamente. Soy una mujer apasionada, cuando me gusta algo lo hago con muchísimas ganas, pongo todo, y termino agotada pero feliz. Aparte me es inconcebible pensar a la pereza y la pasión juntas. No creo que puedan ir de ninguna forma de la mano (¿o sí?)
En realidad, si vuelvo a mirar esta foto, me doy cuenta de que tengo que aflojar. A veces soy demasiado estricta conmigo misma. Y lo cierto es que no da matarse hasta diciembre, que llegan las vacaciones. Mejor vivir con calma desde marzo, ¿no? En definitiva somos seres de cambios y adaptaciones constantes (sino seríamos pedazos de madera, objetos inertes o al menos sujetos extremadamente rígidos) y a veces se dificulta ceñirse a un solo modo de ver, vivir o sentir las cosas.

jueves, 29 de abril de 2010